El lunes pasado salió publicado en El País un artículo de Rafael Argullol. Suscribo casi punto por punto todo lo que comenta y, desde luego, parece bien asesorado y conocedor de la realidad del trabajo de los profesores universitarios. No obstante, me gustaría entresacar el siguiente párrafo que es un reflejo perfecto de la sensación que me invade siempre que hablo de mi trabajo en la universidad:
"Mientras esto no suceda, al menos definitivamente, el riesgo de una Universidad excesivamente burocratizada es el triunfo de los tramposos. No me refiero, desde luego, a los tramposos ventajistas que siempre ha habido, sino a los tramposos que caen en su propia trampa. La Universidad actual, con sus mecanismos de promoción y selectividad, parece invitar a la caída. En consecuencia, los jóvenes profesores, sin duda los mejor preparados de la historia reciente y los que hubiesen podido dar un giro prometedor a nuestra Universidad, se ven atrapados en una telaraña burocrática que ofrece pocas escapatorias. Los más honestos observan con desesperanza la superioridad de la astucia administrativa sobre la calidad científica e intentan hacer sus investigaciones y escribir sus libros a contracorriente, a espaldas casi del medio académico. Los oportunistas, en cambio, lo tienen más fácil: saben que su futura estabilidad depende de una buena lectura de los boletines oficiales, de una buena selección de revistas de impacto donde escribir artículos que casi nadie leerá y de un buen criterio para asumir los cargos adecuados en los momentos adecuados. Todo eso puntúa, aun a costa de alejar de la creación intelectual y de la búsqueda científica. Pero, ¿verdaderamente tiene alguna importancia esto último en la Universidad antiilustrada que muchos se empeñan en proclamar como moderna y eficaz?"
Esa es la realidad con la que muchos compañeros y compañeras nos enfrentamos cada día en nuestro trabajo universitario. Y a la vez nos cuestiona, cada día, de qué lado tomar parte, del de los honestos idiotas que ven pasar por delante a grandes oportunistas que dominan las burocracias del mérito. O bien convertirte en un experto en conseguir méritos útiles para tu promoción y estabilidad y huecos de saber, de contenido, de conocimiento y utilidad real para tu alumnado, para tus compañeros y para la sociedad. Dado que la socialización laboral en la que estamos inmersos es la misma que la de nuestros estudiantes, las elecciones suelen estar claras. Y es aquí donde discrepo un poco con el autor, los estudiantes universitarios entran en la Universidad llenos de sueños e interés intelectual y cultural. Somos nosotros, el profesorado, los que matamos sus sueños y sus intereses haciéndoles ver dónde está "lo importante". Somos nosotros, y sus familias, y sus amigos,... no "la sociedad", los que hacemos desaparecer poco a poco, en cada curso académico, ese interés intelectual y cultural y ese brillo de curiosidad en los ojos que traen los alumnos y alumnas de primero de cualquier carrera en cualquier universidad española.
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